Hace menos de una semana estaba bajo tierra de nuevo y ahora me envuelvo en el calor del solomillo al horno de mi padre. La casa se ha llenado de ruido y fuera la lluvia y el viento amenazan la oscuridad. Mi madre enciende velas en el salón y mi tía Mecu envía mensajes de felicitación apurados mientras yo termino de escribir una historia a través del espejo.
Sin embargo, esta realidad sobada no es menos siniestra que aquella telaraña, tampoco tiene sitio para la libertad. Nuestro cuerpo pertenece al Estado y nuestra inteligencia está sujeta a revisión.
Nos habéis degradado a máquinas de parir en vuestro sistema del miedo, pero la mayoría absolutista no os convierte en tutores y la vagina no nos convierte en madres. En cambio, las malformaciones éticas de Alberto Ruiz Gallardón sí son razón suficiente para abortarle de esta democracia defectuosa.
El calor de una casa que se ha convertido en templo me recuerda que hace menos de una semana estaba preparada para enfrentarme a aquel encargo en una cueva cómplice. Ahora me siento libre frente a un mar desobediente.
Todo ha terminado o puede que no haya hecho más que comenzar.
LOS JUGADORES
Pensamos cómo librarnos de esa tarea durante muchas horas noctámbulas, pero no iba a ser fácil. Laura me había dejado claro lo que ordena hacer a quien no colabora con Do ut des y controlaba prácticamente todos mis movimientos, así que no tenía más remedio que llamar a Alma y pedirle que volviese conmigo al garaje.
Le dije que había descubierto algo que quizá le interesase y que se lo enseñaría el día 19 a las 15 horas, como había establecido aquella mujer duplicada. Pensé que si la llevaba yo en lugar de citarla allí, Laura dependería de mí y no podría hacerme lo mismo que tenía pensado hacer con esa chica de tacones rojos.
Desde ese momento fui incapaz de comer, dormir o mantener una conversación corriente. La tormenta se acercaba y tenía miedo de que mis amigos también resultasen salpicados por mis jueguecitos.
Escribí un mensaje a David L. a través de la página de esa red febril para confirmar que Alma y yo estaríamos en el garaje a la hora prevista y me di cuenta de que esta intriga había convertido a los débiles en poderosos y a las víctimas en conspiradores. Ahora era yo la que perseguía a esa chica que me había intimidado durante tanto tiempo.
Pero todavía podía volver a dar la vuelta a la realidad para colocar a cada uno en el lugar que nos corresponde, así que traté de encontrar un aliado polémico. La persona que intentó advertirme y que ahora podría ayudarme a salir de esta trampa: el encargado del garaje.
EL PLAN
No tenía más remedio que encontrarme con él en la plaza en la que le había visto aquella vez, entre la lluvia y las neurosis de mayo, porque no conocía ni siquiera su nombre, pero era arriesgado.
Cuando llegué a la plaza en la que se encuentra el ascensor de entrada al sótano recordé la sensación de pánico que había tenido cuando aquel tipo me había agarrado el brazo y me había pedido que me alejase de allí si no quería tener problemas. Era prácticamente la misma hora a la que había salido entonces, así que me senté en un banco y esperé, protegida con el gorro y los guantes.
Un gato se acercó a mí, buscando su soledad, y cuando había conseguido distraerme con su mirada hipnótica le oí. Salía del ascensor dando grandes zancadas junto a otro hombre al que le costaba mantener el ritmo. No parecía uno de los que me habían atendido meses atrás, así que eché a correr tras ellos y les grité.
Cuando se giraron pude ver el gesto congelado de aquel tipo bajo una farola débil.
- Disculpe-, dije sin apenas detenerme a su lado-. Se le ha caído este papel.
Y me marché con el corazón volcado de vuelta a mi casa.
EL TINGLADO
Había dejado ese trabajo estéril en la oficina. Me indignaba pensar que aquella gentuza había estado vigilándome frente a una mesa común y riéndose de lo cómoda que había sido para ellos.
A pesar de todo había recibido un finiquito cargado de números. De nuevo esos personajes desdibujados imponían su poder con regalos equivocados, mientras yo intentaba sujetarme a la verdad.
Cada vez tenía más claro que la trama de Do ut des era tremenda e implicaba a personas que no podía ni siquiera imaginar. Parecía imposible enfrentarse a ella, a sus extorsiones, sus amenazas y sus castigos. Había conocido la disciplina antes que sus fines y temía que la impusiesen a más personas.
Yo sola había caído en la trampa de esa araña y ahora no podía librarme de ella. Este blog era lo único que me mantenía alejada de sus redes. Daba por supuesto que no lo conocían, porque de otra manera lo hubiesen cerrado.
LA TRAMA
La fecha del encuentro se acercaba y las calles se llenaban de luces amarillas y azules. Yo sentía que caminaba en dirección contraria a todas las personas que pasean por las aceras con tranquilidad y cargan cestas de navidad semivacías. Así que me aislé de todo lo que intentase distraerme de aquello que debía hacer.
Sólo bajaba para comprar pan y pasaba los días en silencio. Antón ya se había marchado a su casa y sólo volvería para recoger sus cosas y despedirse antes de final de año y yo trataba de mantener alejados de mi veneno a Rita y a Salva. Martín era el único que podía colarse en mis reflexiones. Él estaba metido en aquella intriga, pero no lograba comprender por qué.
Un día antes de la fecha impuesta por Laura subía con mi barra y escuché ruido en la escalera. Cuando entré en casa pude percibir un olor familiar que me erizó el pelo en la nuca. Avancé despacio y revisé todas las habitaciones, pero no había nadie. Y entonces encontré un sobre encima de la mesa del salón.
Contenía la nota que le había pasado al empleado del garaje en la que le pedía que se pusiese en contacto con la policía y una fotografía en la que Martín aparecía atado en un cuarto vacío. En el reverso ponía: “Deja de jugar. Última oportunidad”.
No había marcha atrás.
EL GOLPE
Llegó el 19 de diciembre, un día tímido. Me levanté del sofá después de haber pasado la noche inmóvil mirando las irregularidades de la pared y me di una ducha. No sabía qué se suele hacer el día en que debes traicionar todo lo que has intentado defender.
No podía pensar en otra cosa que no fuese Martín. Ahora ya estaba claro cuál era su papel en esta partida y no podía permitirlo.
A las dos de la tarde recogí a Alma en el sitio en el que nos habíamos encontrado la otra vez y caminé junto a ella hacia el garaje. Tenía la sensación de haber superado la barrera de la sensatez y no sabía si podría recuperar la normalidad después de aquello.
Provoqué un choque de miradas con el empleado, que estaba muy tieso en su caseta, y acompañé a Alma al piso inferior. Cuando llegamos al lugar en el que nos habíamos encontrado con el boxeador ella quiso saber por qué la había llevado allí. Le pedí que confiase en mí, pero estaba alarmada. Empezaba a darse cuenta de que no podía confiar tampoco en mí. Y entonces escuchamos las ruedas de un coche chillando sobre el cemento. Se detuvo frente a nosotras y de él salieron David L. y el propietario de la discoteca, pero en el asiento de atrás pude ver a Martín y a otra persona que no pude reconocer.
- ¿No os había pedido que estuvieseis tranquilitas?-, comentó el jefe con una sonrisa ensayada en la cara.
- ¿Qué está pasando aquí?-, quiso saber Alma, incapaz de asimilar todo aquello.
- Aquí está pasando que tú y tu novio nos tenéis un poco hartos-, contestó el apoderado.
Ella no sabía quién era él ni a qué se estaba refiriendo.
El boxeador sacó del coche a la persona que estaba sentada junto a Martín. Era Diego y también estaba atado. Le costó acercarse a nosotras sin su bastón, pero Alma le ayudó.
- Creo que os merecéis una pequeña lección para que no tengáis más tentación de ser los listillos de la clase. Tú ya sabes cómo funciona esto, ¿verdad?-, continuó, dirigiéndose a Diego-. Ah, y tenéis que darle las gracias a vuestra amiga Ana por esta oportunidad.
Sentí sus miradas a través del pelo, pero fui incapaz de devolvérselas.
- Tranquilos, ella también tendrá que aprender con quién se la juega.
Pude ver al boxeador cerrando los puños y acercándose lentamente. Disfrutaba buscando nuestro miedo, sorteando el primer golpe que iba a dar.
Y de pronto una veintena de agentes salieron de entre las sombras y corrieron hacia él. No le dio tiempo a reaccionar. David L. trató de huir y después juró que no tenía nada que ver con aquello. Ambos fueron detenidos. Yo saqué a Martín del vehículo y le abracé. En ese momento noté los músculos de las piernas rígidos después de todos aquellos días.
De camino a la comisaría me disculpé con Alma y le expliqué lo sucedido. Durante la segunda visita a la policía, después de que me robasen el bolso en la discoteca, además de pedir que investigasen la página de DUD, dejé la dirección de este blog y poco tiempo después un inspector se puso en contacto conmigo para confirmar que se había interesado por la trama y para pedirme que siguiera anotando todo lo relacionado con ella. Nos comunicamos a través del buzón de mi casa y cuando Laura me ordenó llevar a Alma al lugar en el que se habían sucedido las agresiones creyó que era el momento de actuar.
Sabía que estaba siendo vigilada, así que debía ser discreta. Eso implicaba no acercarme a ella para advertirle de lo que iba a suceder. Pero sí me puse en contacto con el empleado del garaje. Aquella tarde le di una nota en la que le pedía ayuda y otra en la que le advertía de que la policía iba a actuar. Al recibir sólo la primera de vuelta comprendí que estaba dispuesto a colaborar y a permitir que los agentes se escondiesen en el sótano.
Y eso fue todo. Algunas personas fueron detenidas, escuché nombres que me congelaron el aliento, pero Laura sigue desaparecida.
No sé qué sucederá con Alma y con Diego, ni qué alcance tendrá esta historia, pero la mesa está puesta y la cena me espera al otro lado de la locura.